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Liturgia y Espiritualidad: Textos Litúrgicos
Domingo 30 de noviembre de 2025

TEXTOS

Libro de Isaías 2,1-5
Palabra que Isaías, hijo de Amós, recibió en una visión, acerca de Judá y de Jerusalén: Sucederá al fin de los tiempos, que la montaña de la Casa del Señor será afianzada sobre la cumbre de las montañas y se elevará por encima de las colinas. Todas las naciones afluirán hacia ella y acudirán pueblos numerosos, que dirán; ¡Vengan, subamos a la montaña del Señor, a la Casa del Dios de Jacob! El nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus sendas". Porque de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén, la palabra del Señor. El será juez entre las naciones y árbitro de pueblos numerosos. Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra.

Salmo 121
"Qué alegría cuando me dijeron: '¡Vamos a la casa del Señor!'"

¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la Casa del Señor!» Nuestros pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalén. R.
Allí suben las tribus, las tribus del Señor -según es norma en Israel- para celebrar el nombre del Señor. Porque allí está el trono de la justicia, el trono de la casa de David. Auguren la paz a Jerusalén: "¡Vivan seguros los que te aman! R.
¡Haya paz en tus muros y seguridad en tus palacios!". Por amor a mis hermanos y amigos, diré: "La paz esté contigo". Por amor a la Casa del Señor, nuestro Dios, buscaré tu felicidad. R.

Carta de San Pablo a los Romanos 13,11-14a
Ustedes saben en qué tiempo vivimos y que ya es hora de despertarse, porque la salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está muy avanzada y se acerca el día. Abandonemos las obras propias de la noche y vistámonos con la armadura de la luz. Como en pleno día, procedamos dignamente: basta de excesos en la comida y en la bebida, basta de lujuria y libertinaje, no más peleas ni envidias. Por el contrario, revístanse del Señor Jesucristo.

Evangelio según San Mateo 24,37-44
En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada".


COMENTARIO

Hoy comienza el «año litúrgico», que no coincide con el año civil, ni con el curso lectivo escolar o universitario del hemisferio norte, ni tal vez con el «ejercicio económico anual»... El año litúrgico es una periodización propia de la Iglesia católica.

Comienza con el tiempo de «adviento», uno de los varios que lo componen... «Ad-viento», apócope de «ad-venimiento», significa venida, llegada, y alude a «la venida de Cristo», que, bíblicamente hablando, son dos venidas: la que ya tuvo lugar, que celebraremos en Navidad, y la futura, la llamada «segunda venida» de Jesús, venida diz que «en poder y majestad», que, en la visión clásica tradicional, pondrá fin al mundo, inaugurará el «juicio final» o «juicio de las naciones», y abrirá la era definitiva, el «nuevo eón», la «vida eterna» beatífica para los salvados, y el sufrimiento eterno en el infierno para los «condenados». Todo ello, dicho en el lenguaje clásico tradicional religioso cristiano. Pero, ¿qué creemos hoy, realmente, de todo ello? ¿Cuánto de todo ello lo creemos sólo «simbólicamente», con un contenido de significado muy diferente del literal?

Los dos últimos capítulos del evangelio de Mateo forman el llamado «discurso escatológico» de Jesús. El evangelista pone en su boca y agrupa en estos capítulos los dichos «escato-lógicos», o sea, los que se refieren al final (del mundo). Ya sabemos hermenéutica bíblica y no vamos a entrar en el tema de la historicidad de esos dichos en cuanto efectivamente dichos (o no) por Jesús. Bien pudiera ser que Jesús expresara estas u otras ideas semejantes, porque Jesús estuvo inmerso en la mentalidad religiosa y cultural de su época -igual que dijo que Dios «hace salir el sol» sobre justos y pecadores, porque participaba de la visión cosmológica precopernicana-. Pero la pregunta importante es: ¿debemos creer nosotros hoy en esa «descripción del final» propia de aquella visión apocalíptica? ¿Creemos efectivamente que Jesús «vendrá de nuevo», tal vez «pronto», «como el ladrón», y con semejantes consecuencias?

Richard DAWKINS, que se ha hecho muy popular con su combate crítico a creencias religiosas sobrepasadas (que él cree que representan todavía la forma de creer de los cristianos inteligentes de hoy), confiesa que queda «abatido al constatar que el 50% de los estadounidenses cree que el mundo tiene apenas 6 mil años», y añade: «La única superpotencia mundial actual está a punto de ser dominada por electores que creen que el universo entero comenzó después de la domesticación del perro. Creen también que serán personalmente 'arrebatados' a las alturas celestiales todavía en el tiempo de su vida, hecho que será seguido por un Armagedón muy bienvenido como heraldo de la segunda venida de Cristo». Sam HARRIS por su parte (Letter to a Christian Nation), aduciendo encuestas del Instituto Gallup, sustiene que «nada menos que el 44% de la población estadounidense está convencida de que Jesús va a volver para juzgar a los vivos y a los muertos, en algún momento de los próximos cincuenta años». «Imagine usted las consecuencias, si algún miembro significativo del gobierno estadounidense realmente creyese que el mundo está pronto a acabar de esta manera... El hecho de que casi la mitad de la población de EEUU crea en eso, en base simplemente a un dogma religioso, debe ser considerado una emergencia moral e intelectual». Dawkins, que prologa el libro de Harris, añade que hablar de una «emergencia moral e intelectual» tal vez es muy moderado.

Efectivamente, aunque hayamos olvidado historias pasadas de los muchos movimientos milenaristas de siglos pasados, hoy sabemos bien de consecuencias terribles que están teniendo en la actualidad las creencias religiosas que derivan en violencia y terrorismo por motivaciones religiosas verdaderamente apocalípticas, tanto de un signo como de otro. Las creencias religiosas, sobre todo su interpretación, no son un mero «asunto privado» de cada quien. Qué crean los norteamericanos electores del gobierno de la mayor potencia militar del mundo, para mí no es simplemente un «asunto privado» de ellos. Qué crean y piensen sobre el final del mundo y sobre la intervención y el dominio que Dios tiene sobre nuestro modo de gestionar este mundo, no es un asunto religioso privado del que la sociedad no deba preocuparse, porque, en determinadas circunstancias, puede llegar a ser verdaderamente «una emergencia moral e intelectual». Pensemos también en la cantidad de creyentes de pequeñas «iglesias libres» que se multiplican entre masas de población que viven en sectores de pobreza o miseria, y en las creencias fundamentalistas que difunden... ¿No son realidades de interés público, tal vez de salud pública, o incluso de «emergencia moral e intelectual»?

Casi con toda seguridad, los lectores de este comentario bíblico no están en esas penosas situaciones religiosas a las que acabamos de aludir. Pero es bien probable que no sepan bien qué decir ante el evangelio de hoy: ¿seguimos creyendo en una «segunda venida de Cristo»? Probablemente no creen en su inminencia, ni en su carácter «apocalíptico», ni en Armagedón y sus amenazas... pero no han decidido si seguir en definitiva creyendo o no en «la segunda venida de Cristo». Mientras no lo decidan críticamente -o sea, mientras no personalicen su fe también en ese punto- seguirán creyendo con la creencia tradicional (confiarán una parte importante de su vida a esa creencia), de que lo más profundo de la realidad es que es el plan de un Dios que quiso crearnos y ponernos una prueba, y que esa «segunda venida» será el paso a una vida eterna de premio o castigo por nuestra conducta moral en este mundo. Todo eso es lo que está implicado en la «segunda venida».

Ocasiones como ésta, del domingo que inaugura el Adviento, que pone ante nuestros ojos meditativos esa segunda venida, son, deberían ser, una ocasión para «agarrar el toro por los cuernos» y abordar estos temas, sin contentarnos con darles en la homilía simplemente varios «pases toreros» litúrgicos que los utilizan simbólicamente, sin tener el coraje de responder a ninguna de las preguntas fuertes que pasan por la mente de los oyentes.

La esperanza ha sido considerada clásicamente como la virtud típica del Adviento, la dimensión de nuestra vida que cultivar especialmente en estas cuatro semanas. Como el pueblo de Israel y tantos otros pueblos, que vivieron la historia como un caminar iluminado por la esperanza del encuentro con Dios, el adviento nos invita a considerar nuestra vida como un caminar que no podemos sobrellevar sino con la fuerza de la esperanza. ¿Cuál es el peso de la esperanza en nuestra vida?

Tal vez, en el ambiente de nuestra ciudad o de los medios de comunicación... ya se ha instalado la publicidad navideña. Para el comercio, adviento significa bombardeo publicitario prenavideño, una navidad que, para ellos, no sería exitosa sin un aumento del consumo en todos los campos. Un cristianismo coherente no puede caer en en la trampa de tanto mensaje publicitario aparentemente religioso, que lo que pretende es solamente hacernos consumir.

La primera lectura, de Isaías, una de cuyas frases -la de la conversión de las lanzas en podaderas- figura en el vestíbulo del edificio de las Naciones Unidas en Nueva York, expresa bien la dimensión terrena de la utopía de esperanza que animaba a los profetas: un mundo reconciliado, en la paz de la convivencia y el trabajo, superadas las guerras y las preparaciones para las guerras -los arsenales de armas y las maniobras militares-. Por ser parte del Primer Testamento, a Isaías le falta la visión universalista: ni el «final» ni mucho menos el «fin» son que la Humanidad camine hacia el monte de Sión, sino simplemente hacia la Utopía de Dios, sea cual sea el monte sagrado de su religión.

Este primer domingo de Adviento, esta inauguración del nuevo ciclo litúrgico, con este planteamiento inicial del tema de la esperanza y de la imagen -un tanto chocante a nuestra sensibilidad- del fin del mundo y de la segunda venida de Jesucristo, pueden hacernos pensar. Así como el tema de la muerte personal (sus circunstancias, su acercamiento, su conveniente previsión) es un tema un tanto tabú en la sociedad occidental, también entre los cristianos de la actualidad resultan un tanto tabú estos temas que los textos litúrgicos del adviento nos plantean; no porque sean tabús en sí mismos, sino porque no sabemos bien qué decir sobre ellos. Las expresiones clásicas y tradicionales dependen de un lenguaje mítico y precientífico hoy día inaceptable, y es necesaria una urgente actualización. Buena tarea para para este tiempo de Adviento, o incluso para todo el año litúrgico que hoy iniciamos.

Haremos bien en plantearnos el tema de la Navidad: cómo ayudarnos a los creyentes a vivir intensamente esta tradición y a vivirla de un modo «a la altura de los tiempos», sin ingenuidades, sin falsos supuestos históricos, o con una mentalidad mitológica... Hay muchos materiales, y muchas sugerencias. Es el momento de ponderarlas y ponerlas en marcha.